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El Cuarto mundo


Alberto | 02-02-2019

El Cuarto mundo conjuga adolescentes con iPhone de última generación y reconocimiento facial con sueldos imposibles de padres hipotecados. Nos persuade a hacer escapadas rurales a pajares restaurados que hace solo veinte años nos parecían el vestigio de un pasado vergonzante y paleto. Artistas catalogados en otro tiempo como horteras o decadentes se reenganchan en el Cuarto mundo gracias a una licencia que concede el sello de outsider o friki a lo que antes era descartado por mediocre. Neoesclavos montados en bicicletas reparten comida llevando a sus espaldas cajones de un metro cúbico.

El Cuarto mundo envía contenedores atestados de basura informática a los mismos países africanos a los que esquilma sus recursos naturales. Estados poderosos compran cuotas de contaminación a otros menos favorecidos para que la chimenea no pare de vomitar CO2 ni un solo segundo. El Cuarto mundo intoxica el lenguaje plagándolo de terminología anglófona que alcanza el grado de perversión cuando se aplica a los empleos, cargos y ocupaciones. Consigue la convivencia de ideas radicalmente enfrentadas, todo ello revestido de crispante normalidad. El Cuarto mundo nos ofrece pizza recalentada las veinticuatro horas del día, pero está muy lejos de conseguir llenar un cuenco de arroz para cada persona del planeta. Eso poco importa si tenemos disponibles tratamientos faciales con láminas de oro o la posibilidad de abatir a tiros a cualquier especie en peligro de extinción por una ridícula propinilla. Las desgracias humanas y los accidentes se desdramatizan y se sirven como anodinas píldoras informativas intercaladas con publicidad de cosmética antiedad con resultados probados o cruceros en la otra punta del planeta por menos de lo que te imaginas. La erudición, la excelencia o la educación incomodan por impertinentes y excluyen a toda una caterva de ignorantes que por decreto mercantilista necesitan acceder al consumo 24/7. Lo quiero ahora y lo quiero ya, el Cuarto mundo es disponibilidad, es conveniencia, es… lo que hay. La pantalla crece en tamaño y definición para secuestrar nuestra atención, si no estás en el píxel no existes. Mírame y vuélveme a mirar, en ese intervalo de tiempo puede haber caído otro post, otro selfie, otra publi, otra decepción.

El Cuarto mundo se alimenta de su propio ahora, nada de lo que existió previamente es realmente necesario o se echa de menos. El pasado solo sirve para rescatar selectivamente tips o remedios ancestrales que conjugan perfectamente con nuestro ritmo frenético. Estamos preparados para resolver errores repetidos en ese pasado con todo un arsenal tecnológico que promete hacer más redonda la circunferencia. La química de la ansiedad y la depresión escala puestos en el ranking de las industrias más rentables.

La contemplación pasiva es cosa de otro tiempo, dentro de cada espectador hay un protagonista, un influencer, un maker, un… ¿impostor?, no, los impostores también son cosa del pasado.

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