En inglés la palabra plane tiene varios significados, entre ellos cepillo (de carpintero) y avión. Hasta ahí ningún problema, porque el contexto, por rudimentario que sea, nos da la pista de si se trata de una u otra cosa. Hasta que llegan Amazon (descripción de un producto) o YouTube (títulos de los videos) y deciden traducir atolondradamente sin que nadie se lo haya pedido. En ambos casos es una imposición, porque no hay manera —al menos yo no la he encontrado— de decirles que no traduzcan nada, que dejen las cosas en su idioma original.
A diario leo en LinkedIn quejas amargas de traductores que ven cómo su trabajo se mancilla y trivializa sistemáticamente. Pataletas justificadas porque estamos entrando en el peligroso terreno del patinaje sobre capa de hielo. Y ya son muchos casos en los que dicha capa no ha resistido el peso y el batacazo ha sido lamentable. Pero no escarmentamos. La excitación del consumismo salvaje sigue validando atrocidades en el campo de la traducción. ¿Somos cómplices silenciosos? ¿seguimos tragando con esas imposiciones? ¿Confundiría el ferretero de tu barrio un cepillo con un avión?